Por demasiado tiempo, Satanás se las ha ingeniado para llenar nuestras vidas con cronogramas atestados y múltiples distracciones
Una simple actividad para concluir nuestro culto familiar se enfocó en los eventos después de la segunda venida y el milenio. «El cielo: Enumera tres cosas que te gustaría hacer cuando llegues allí». Siete de nosotros escribimos nuestros tres principales deseos y los colocamos sobre la mesa. Entonces, cada uno de nosotros tuvo que adivinar qué lista de deseos estábamos leyendo. La habitación se llenó de sorpresas y risas. Disfrutamos de la actividad. Teníamos algo que aguardar.
Las listas contenían una amplia variedad de deseos, que iban desde volar con los ángeles, visitar a otros mundos, cabalgar sobre un león o un lobo, o preguntarle a Jesús cómo es que llegamos allí, además de agradecerle por su amor infinito. Los deseos hablaban de nuestro sueño de ser parte del reino glorioso de Dios. En medio de una pandemia, la esperanza de encontrarnos con Jesús y ser parte de su reino sigue ardiendo en nuestro ser.
El COVID-19 ha reducido el frenesí de la vida y nos ha devuelto a las bases. Nos encontramos en modo de supervivencia. Mientras una nueva normalidad cobra forma, somos llevados a pensar en los tiempos en que vivimos. Aunque algunos están en busca de alojamiento y otros luchan por cubrir sus gastos, muchos están agradecidos de al menos tener suficiente para comer y no haber perdido el trabajo.
Mi esposo me dijo hace poco: «Dios nos ha llevado donde él quiere que estemos: en casa». El hogar es donde se cultiva la adoración, los valores y las relaciones. El hogar es donde se desarrolla el valor y crece el amor. Por demasiado tiempo, Satanás se las ha ingeniado para llenar nuestras vidas con cronogramas atestados y múltiples distracciones. Esto ha limitado el tiempo de calidad en familia. Ahora tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo, de reconstruir nuestras familias sobre un fundamento cristocéntrico.
Dios tiene sus maneras de llamar nuestra atención. Cuando adoramos, en el comienzo se produce una chispa; luego una llama que arde dentro de nosotros, pero nunca nos consume. El culto familiar es un medio de hablar a Dios como grupo, y entonces escuchar su voz. Adorar a Dios como familia durante la cuarentena nos ayuda a reconectarnos y acercarnos al Salvador.
Este tiempo de incertidumbre me ha ayudado a comprender la necesidad que tengo de un Salvador divino. Cuando leo las descripciones que hace Juan de la sala del trono celestial (Apoc. 5:11), con miríadas de ángeles y seres celestiales que honran al Cordero de Dios, me doy cuenta de que Dios es digno de nuestra adoración. Nuestro Creador es digno de toda alabanza. Cuando lo adoramos, experimentamos que nuestro anhelo es satisfecho y nuestro vacío se llena. Hallamos nuestra valía en él, en aquel a quien adoramos.
A menudo pasamos la vida entibiándonos al fuego de las historias y experiencias espirituales de otras personas. Es tiempo de experimentar a Dios por nosotros mismos, personalmente y de todo corazón. No importa cuán incompleta y quebrantada pueda ser nuestra alabanza, se nos promete que «en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros» (Rom. 8:18, NVI).
Elena White escribe: «Si hubo un tiempo en el que cada casa debiera ser una casa de oración, es ahora».* Estamos redescubriendo la importancia espiritual de la unidad familiar, el pilar de la sociedad, la iglesia y la nación. También podemos ver esto en el campus del Colegio Terciario Lowry Memorial. Escuchamos que nuestros vecinos cantan y hacen el culto todas las noches. Sus cánticos y oraciones nos animan y recuerdan que Dios está obrando. Cuando una familia hace el culto unida, las fuerzas de las tinieblas tiemblan ante el nombre de Jesús, los vínculos familiares se ven fortalecidos y Dios puede usar a sus integrantes para bendecir al mundo.
* Elena G. White, Testimonios para la iglesia (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 1998), t. 7, p. 44.